El neo-comunista sonriente y el mediocre de hoy
por Jorge Zamora
Existe un tipo de hombre, en nuestros días, que idolatra el “statu quo”, cueste lo que cueste. Él idolatra la “unidad nacional” como un bien supremo. El diálogo y el statu-quo son la única dogmática que acepta. Enemigo de toda certeza, el mediocre prefiere convivir con un gobierno de izquierda radical que verse enfrentado a la demanda de heroísmo que la situación le pueda exigir. Nada hay más amargo para un mediocre que el heroísmo.
Cuando hay elecciones, el mediocre vota por quien cree que dejará a la gente, a la gran masa que constituye el electorado, más contenta. Si es elegido un candidato de derecha, el mediocre piensa que la izquierda saboteará el gobierno y los sindicatos paralizarán el país. Y si los sindicatos paralizan el país: “¿Qué ocurrirá con mi negocio? ¿Cuánto se reducirán las utilidades de mi empresa?¿Qué ocurrirá con mis clientes?”. Por otro lado, el candidato más izquierdista ofrecerá al pueblo un mayor libertinaje y desenfreno moral: aborto, seudo-matrimonio homosexual, legalización de drogas, etc. Estas iniciativas legales hacen la vida aparentemente más simple, más fácil para el ciudadano moderno que olvidó los preceptos de la ley Dios. Conviene más, para el statu quo, para el dogma del diálogo y la unidad nacional, entonces, un gobierno de izquierda. El mediocre siempre votará por un gobierno de izquierda o centro izquierda.
El mediocre del que hablamos, aunque parezca difícil de creer, va a misa. Para apagar el fuego de su conciencia que de vez en cuando – y cada vez menos – flamea, cumple con el precepto dominical. Pero busca una misa en la cual la prédica, sea tibia, inodora, tan insípida como su espectador. Una prédica que sea dicha con voz suave, acompañada de un rostro blanquecino y un gesto amorfo, en la cual se predique el ecumenismo y el “amor”. Ahí, en la prédica exultante de relativismo e impregnada de protestantismo, él encuentra una azucarada y reconfortante justificación para su inacción, para su inoperancia, para su irresponsabilidad frente al momento que vive la nación. Y así cada domingo asiste a oír misa, en la parroquia del progresista de su predilección, quien aplica la anestesia necesaria – con un método y rigor clínico- para aplacar la voz – cada vez más tenue – de su conciencia. Conciencia, que con el tiempo, va quedando muda y adormecida.
Este personaje, sin embargo, a veces habla con voz fuerte y clara. Es cuando ataca al derechista auténtico: al católico que entiende que Nuestro Señor Jesucristo debe ser amado y obedecido por las naciones y que éstas, deben ser devueltas al seno de la Cristiandad. El derechista auténtico comprende que sin la penetración de la verdadera fe en todas las instituciones y ámbitos de la sociedad civil, la paz social es solo una quimera más del mundo moderno. Y con ese pensamiento “medieval” (medieval es un insulto gravísimo para un mediocre de éstos), el católico derechista se gana, invariablemente, la fobia del personaje que describimos. Y entonces el mediocre alza la voz y muestra sus garras. Ahí su tolerancia se acaba.
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