El hombre, en cambio, sabe que lo sexual es o puede ser la causa de la procreación. Aquí tenemos la primera diferencia del sexo humano. Ese conocimiento abre por un lado las puertas de la responsabilidad, y por el otro da un primer fundamento, desde el punto de vista natural, a las instituciones que contienen y reglamentan esa responsabilidad. El sexo propiamente humano es, pues, el sexo responsable, el sexo en el que se supera lo animal y se lo pone al servicio de un propósito.
El programa de la modernidad triunfante es un regreso al sexo irresponsable y banal de los animales. El talante triunfante no difiere en nada al vigente entre los animales. Andar lo más posible desnudo, usar el sexo sin restricciones o normas… eso es lo que hacen los perros, el ganado vacuno y en general los mamíferos. Pero no puede llamar la atención esta “solución” de lo sexual cuando en el ámbito culto de las universidades se enseña que el hombre no es otra cosa que una especie animal más.
Esta actitud se complementa con una lucha feroz --y con todos los medios disponibles-- contra la maternidad. Las diversas formas de contracepción y, sobre todo, la muy organizada campaña mundial por el aborto muestran el camino. La maternidad ha pasado, de ser una responsabilidad y un gozo, a ser una “consecuencia” contra la que hay que estar prevenido.
El sexo se ha convertido --como en los animales-- en pura fuente de placer. La dinámica de esta posición tenía que llevar --y llevó-- al desprestigio de las formas responsables y humanas de lo sexual. Para hacer estallar la familia se han inventado “nuevas formas” de ella que tienden a acercarla al ideal del sexo-placer. Así se ha calificado de familia y se intenta igualar en derechos, las uniones entre maricones que por definición no apuntan sino al placer.
Pero el ataque más burdo ha sido la llamada ideología de género, según la cual los seres humanos deberían clasificarse de acuerdo a sus peculiares gustos sexuales. Debería sorprender que en una cultura como la occidental, caracterizada entre otras cosas por la reflexión racional, haya personas capaces de sostener semejante sandez, que pone al 97% de la población mundial en uno de los géneros y al 3% restante en los otros cinco.
No debería, sin embargo, asombrarnos. No es sino una de las consecuencias de olvidar el sexo-responsabilidad y ensalzar el sexo-placer como fundamento de todo. Lo trágico es que estas jugadas ideológico-semánticas tienen a la larga resultados terribles para las realidades sociales y en especial para la juventud. La frecuentación del sexo placer desde muy jóvenes afecta sobre todo a los hombres y los hace cada vez más ineptos para una relación madura y responsable. El matrimonio y la familia se vuelven fórmulas hueras que disimulan el ejercicio del sexo-placer y que, en consecuencia, se deshacen ante la primera dificultad.
Aníbal D’Angelo Rodríguez,
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