La tortuga de Castellani
Castellani, un muchachito de diez años,
se divierte pescando tortugas de mar,
les da por cárcel un cajón de kerosén bocarriba
y observa su empecinado esfuerzo por escapar:
se levantan en dos patas, se caen de espaldas,
se levantan, se caen y, tercas, vuelven a probar.
Hoy su prisionera es una tortuga maltrecha:
manca, renga, mutilada, que no deja de sangrar.
Como todas, desesperadamente trepa para caer
y a pesar de las caídas intenta de nuevo escalar.
Pero si a las otras, para huir de la jaula,
les bastó obstinación y tenacidad,
a esta tortuga herida e impotente
no le alcanza con la sola voluntad.
Al final comprende que es del todo imposible
salir de la angustiante cárcel para volver al azul hogar;
cierra los ojos y se oculta dentro del capazón:
si ha de morir,
que sea escuchando el inalcanzable y cercano Mar.
El Mar escucha el mudo llanto de la que espera;
porque es suya, porque le pertenece, la va a buscar:
una poderosa ola, cual caricia, se llevará a la tortuga
y la guardará para siempre en lo profundo del Mar.
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