A las 10:10 AM, por Bruno
Ayer, en un programa infame que nunca antes había visto y que, Dios mediante, espero no tener que volver a ver, aparecieron dos sacerdotes, una monja de clausura y dos obispos. Siento decir que todos ellos menos uno habrían hecho mucho mejor en quedarse en la cama en lugar de levantarse ese día.
El programa era “Salvados", de la Sexta. Huelga decir que la idea del programa era hacer daño a la Iglesia, burlarse de los católicos y sus creencias y, en la medida de lo posible, denigrar al Papa. Y los sacerdotes, la monja y uno de los obispos colaboraron activamente con esa finalidad, cada uno a su modo.
Un sacerdote gallego, vestido de seglar, pedía, entre otras cosas, la ordenación de las mujeres y afirmaba que antes o después se conseguiría. Es decir, manifestaba o bien un desconocimiento vergonzoso de la fe de la Iglesia o un desprecio aún más vergonzoso de la misma. Además, se reía con el presentador de la liturgia de la Misa con el Papa, porque “los compañeros” ya habían discutido varias veces que eso no llegaba a la gente. Y, por supuesto, se prestaba al juego del programa de diferenciar una “Iglesia de base” auténtica y comprometida con los pobres y una “Iglesia institucional” malvada, retrógrada y alejada de la realidad.
La siguiente entrevista era muy triste. Un sacerdote mayor de Mallorca, que afirmaba ser homosexual y cuyas declaraciones estaban cuajadas de groserías y afirmaciones repugnantes. De nuevo, se presentaba como un hombre bueno, al lado de los pobres, no como la jerarquía que “daba asco". Este sacerdote no tenía parroquia, pero, según decía, seguía estando en ejercicio y, es de suponer, cobrando su sueldo de sacerdote.
Después, una conocida monja de clausura dominica, Sor Lucía Caram, argentina pero afincada en Manresa. Sin el más mínimo rubor, Sor Caram negaba la doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio de la mujer o sobre los anticonceptivos. En cuanto al aborto, estaba en contra pero creía que no había que actuar con prohibiciones, con una espectacular falta de lógica, porque si uno cree que el aborto es matar un niño, decir que no hay que prohibir el aborto es lo mismo que decir que no hay que prohibir matar niños, lo cual es, cuando menos, chocante. Por otra parte, intentó desagradablemente marcar la diferencia entre ella, “que no cobra", y los sacerdotes que tienen un sueldo y según ella no deberían tenerlo. Hubo, finalmente, tres detalles en esta entrevista que me resultaron especialmente amargos, aunque fueran insignificantes. En primer lugar, el deseo evidente de ser simpática ante las cámaras de Sor Caram, buscando escandalizar y mostrándose satisfecha cuando decía algo contra la Iglesia. En segundo lugar, la falta de respeto al entrar en la iglesia tanto del reportero como de la propia dominica, que, supongo, se dejaba arrastrar por la actitud del periodista. Y, finalmente, el hecho de que unas monjas que se han consagrado a Dios en pobreza tengan un robot para barrer, en lugar de unas buenas escobas.
A mi juicio, lo más triste de la entrevista vino cuando un par de reporteros acudieron a una rueda de prensa de Mons. Sistach. Los periodistas se comportaron como canallas, con burlas infantiles como hacer que sonara en plena rueda de prensa un móvil con una música ridícula, haciendo preguntas que no venían a cuento fingiendo buena voluntad o intentando que dos supuestas lesbianas se fotografiaran con los obispos. Este tipo de cosas dan una idea de la inexistente calidad humana de este programa canallesco.
Monseñor Sistach mantuvo el tipo bastante bien, respondiendo a las preguntas como pudo, a pesar de su impertinencia. El otro obispo presente, Monseñor Taltavull supongo, ofreció un espectáculo vergonzoso. Cuando se le acercaron las supuestas lesbianas y le dijeron que lo eran, respondió que lo importante era el respeto. Después le preguntaron si a él no le importaría casarlas o algo similar y ¡le echó la culpa a la “institución"!. Es evidente que los del programa provocaban para conseguir algo así y quizá el obispo se vio aturullado y sin saber qué decir en un momento incómodo, pero, de hecho, en lugar de ofrecer una palabra de fe, se avergonzó de la enseñanza de la Iglesia. Es triste contar esto de un obispo, pero ha salido en televisión y lo habrán visto milliones de personas.
Al ver todo esto, además de arrepentirme de tener una televisión en casa, me pregunto: ¿Se están burlando de nosotros? No me refiero a los periodistas, porque es indudable que su deseo es burlarse. Hablo ante todo de esos hombres y mujeres de “Iglesia” que, abiertamente, proclaman que no creen en su doctrina y que, desde dentro, la van destruyendo poco a poco. Y lo mismo habría que decir de sus superiores, que dejan que estas cosas sucedan no una vez, sino un día y otro día y otro día, durante años.
¿Qué hace falta para que a un sacerdote o a una monja les digan que se callen o que se vayan? Con toda la caridad del mundo y animándoles a que pidan a Dios recuperar la fe, pero que se vayan. ¿No es suficiente que participen activamente en programas o periódicos antirreligiosos, que se rían de la Iglesia y que nieguen la doctrina católica en público? ¿A qué hay que esperar? ¿A que salgan en televisión participando en una Misa negra y haciendo vudú con un muñeco del Papa? Si dos o tres directivos de una empresa de yogures anunciasen en televisión que, en sus respectivos centros, hacen los yogures con leche de rata, serían cesados inmediatamente y, probablemente, encarcelados. Sin embargo, estos señores confiesan públicamente que no creen en la fe de la Iglesia y no sucede nada. Durante años, han seguido envenenando a los pobres fieles que creen que van a recibir de ellos doctrina católica y, en cambio, reciben ideologías que nada tienen que ver con la fe entregada de una vez a los santos. Y lo hacen en público, conscientes de su impunidad. Sin duda, se burlan de nosotros.
El programa era “Salvados", de la Sexta. Huelga decir que la idea del programa era hacer daño a la Iglesia, burlarse de los católicos y sus creencias y, en la medida de lo posible, denigrar al Papa. Y los sacerdotes, la monja y uno de los obispos colaboraron activamente con esa finalidad, cada uno a su modo.
Un sacerdote gallego, vestido de seglar, pedía, entre otras cosas, la ordenación de las mujeres y afirmaba que antes o después se conseguiría. Es decir, manifestaba o bien un desconocimiento vergonzoso de la fe de la Iglesia o un desprecio aún más vergonzoso de la misma. Además, se reía con el presentador de la liturgia de la Misa con el Papa, porque “los compañeros” ya habían discutido varias veces que eso no llegaba a la gente. Y, por supuesto, se prestaba al juego del programa de diferenciar una “Iglesia de base” auténtica y comprometida con los pobres y una “Iglesia institucional” malvada, retrógrada y alejada de la realidad.
La siguiente entrevista era muy triste. Un sacerdote mayor de Mallorca, que afirmaba ser homosexual y cuyas declaraciones estaban cuajadas de groserías y afirmaciones repugnantes. De nuevo, se presentaba como un hombre bueno, al lado de los pobres, no como la jerarquía que “daba asco". Este sacerdote no tenía parroquia, pero, según decía, seguía estando en ejercicio y, es de suponer, cobrando su sueldo de sacerdote.
Después, una conocida monja de clausura dominica, Sor Lucía Caram, argentina pero afincada en Manresa. Sin el más mínimo rubor, Sor Caram negaba la doctrina de la Iglesia sobre el sacerdocio de la mujer o sobre los anticonceptivos. En cuanto al aborto, estaba en contra pero creía que no había que actuar con prohibiciones, con una espectacular falta de lógica, porque si uno cree que el aborto es matar un niño, decir que no hay que prohibir el aborto es lo mismo que decir que no hay que prohibir matar niños, lo cual es, cuando menos, chocante. Por otra parte, intentó desagradablemente marcar la diferencia entre ella, “que no cobra", y los sacerdotes que tienen un sueldo y según ella no deberían tenerlo. Hubo, finalmente, tres detalles en esta entrevista que me resultaron especialmente amargos, aunque fueran insignificantes. En primer lugar, el deseo evidente de ser simpática ante las cámaras de Sor Caram, buscando escandalizar y mostrándose satisfecha cuando decía algo contra la Iglesia. En segundo lugar, la falta de respeto al entrar en la iglesia tanto del reportero como de la propia dominica, que, supongo, se dejaba arrastrar por la actitud del periodista. Y, finalmente, el hecho de que unas monjas que se han consagrado a Dios en pobreza tengan un robot para barrer, en lugar de unas buenas escobas.
A mi juicio, lo más triste de la entrevista vino cuando un par de reporteros acudieron a una rueda de prensa de Mons. Sistach. Los periodistas se comportaron como canallas, con burlas infantiles como hacer que sonara en plena rueda de prensa un móvil con una música ridícula, haciendo preguntas que no venían a cuento fingiendo buena voluntad o intentando que dos supuestas lesbianas se fotografiaran con los obispos. Este tipo de cosas dan una idea de la inexistente calidad humana de este programa canallesco.
Monseñor Sistach mantuvo el tipo bastante bien, respondiendo a las preguntas como pudo, a pesar de su impertinencia. El otro obispo presente, Monseñor Taltavull supongo, ofreció un espectáculo vergonzoso. Cuando se le acercaron las supuestas lesbianas y le dijeron que lo eran, respondió que lo importante era el respeto. Después le preguntaron si a él no le importaría casarlas o algo similar y ¡le echó la culpa a la “institución"!. Es evidente que los del programa provocaban para conseguir algo así y quizá el obispo se vio aturullado y sin saber qué decir en un momento incómodo, pero, de hecho, en lugar de ofrecer una palabra de fe, se avergonzó de la enseñanza de la Iglesia. Es triste contar esto de un obispo, pero ha salido en televisión y lo habrán visto milliones de personas.
Al ver todo esto, además de arrepentirme de tener una televisión en casa, me pregunto: ¿Se están burlando de nosotros? No me refiero a los periodistas, porque es indudable que su deseo es burlarse. Hablo ante todo de esos hombres y mujeres de “Iglesia” que, abiertamente, proclaman que no creen en su doctrina y que, desde dentro, la van destruyendo poco a poco. Y lo mismo habría que decir de sus superiores, que dejan que estas cosas sucedan no una vez, sino un día y otro día y otro día, durante años.
¿Qué hace falta para que a un sacerdote o a una monja les digan que se callen o que se vayan? Con toda la caridad del mundo y animándoles a que pidan a Dios recuperar la fe, pero que se vayan. ¿No es suficiente que participen activamente en programas o periódicos antirreligiosos, que se rían de la Iglesia y que nieguen la doctrina católica en público? ¿A qué hay que esperar? ¿A que salgan en televisión participando en una Misa negra y haciendo vudú con un muñeco del Papa? Si dos o tres directivos de una empresa de yogures anunciasen en televisión que, en sus respectivos centros, hacen los yogures con leche de rata, serían cesados inmediatamente y, probablemente, encarcelados. Sin embargo, estos señores confiesan públicamente que no creen en la fe de la Iglesia y no sucede nada. Durante años, han seguido envenenando a los pobres fieles que creen que van a recibir de ellos doctrina católica y, en cambio, reciben ideologías que nada tienen que ver con la fe entregada de una vez a los santos. Y lo hacen en público, conscientes de su impunidad. Sin duda, se burlan de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario