Mambrú se fue a la guerra,El origen de esta famosa coplilla nos lleva a tiempos de la Guerra de Sucesión española, allá por los primeros años del siglo XVIII. Como ha ocurrido en otras ocasiones, España fue en aquel conflicto lugar de lucha de españoles pero también de gente venida de otros países europeos. Y precisamente fue un británico llamado John Churchill el que dio nombre a la canción.
¡qué dolor, qué dolor, qué pena!,
Mambrú se fue a la guerra,
no sé cuando vendrá.
que do-re-mi, que do-re-fa,
no sé cuando vendrá.
Este hombre era el comandante de las tropas británicas, holandesas y alemanas que luchaban del lado de los austriacistas, es decir, de los que querían que el archiduque Carlos de Austria acabara en el trono español. Pero ¿qué tiene que ver John Churchill con Mambrú? Ahora les explico.
Resulta que este Churchill era duque de Marlborough, y claro, como para un español tal título era casi impronunciable, e impronunciable del todo en una canción, se le rebautizó como Mambrú, lo que realmente no dista mucho de Marlborough. Y así es como este británico se fue a la guerra, mire usted qué pena.
Fuente: Historia de España para Dummies, de Fernando García de Cortázar
Después de escuchar esta canción infantil solo queda por decir las palabras de Nuestro Señor:
Dejad que los niños vengan a mí
El niño se convierte en icono del  discípulo que quiere ser “grande” en el Reino de los Cielos. El Señor  Jesús reprende a los suyos porque, poco antes advertidos por segunda vez  de la exigencia de la cruz (Mc. 9, 30.32), se perdieron a lo largo del  camino en discusiones entre ellos sobre quién era el más grande. “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”. ¡Cuántos  pecados en la Iglesia por la arrogancia, por la ambición insaciable,  por el abuso y la injusticia de quien se aprovecha del ministerio para  hacer carrera, para mostrarse, por fútiles y miserables motivos de  vanagloria!
“El que recibe a uno de  estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a  mí al que recibe, sino a Aquel que me ha enviado” (Mc 9, 37).
Recibir al niño, abrir el corazón a la  humildad del niño, recibirlo en el nombre de Jesús, significa asumir el  corazón de Jesús, los ojos del Maestro; implica una apertura al Padre y  al Espíritu Santo. Exclama Teofilacto: “Ved, pues, cuánto vale la  humildad, que hace digno de recibir al Padre y al Hijo y aún al Espíritu  Santo”.
“Os aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc 10, 15).
Recibir el Reino de Dios como un niño  significa recibirlo con corazón puro, con docilidad, abandono,  confianza, entusiasmo, esperanza. Todo esto nos recuerda el niño. Todo  esto hace al niño precioso a los ojos de Dios y a los ojos del verdadero  discípulo de Jesús.
Por el contrario, ¡qué árida se vuelve  la tierra y qué triste el mundo cuando esta imagen tan bella, este  icono tan santo, es pisoteado, quebrado, ensuciado, abusado, destruido!  Sale del corazón de Jesús un grito de profundo eco: “¡Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis!”  (Mc 10,14). No seáis tropiezo en su camino hacia mí, no obstaculicéis  su progreso espiritual, no dejéis que sean seducidos por el maligno, no  hagáis de los niños el objeto de vuestra impura codicia.
“Quien escandaliza a uno de  estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al  cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar” (Mc 9, 42).  Gregorio Magno comenta de este modo estas terribles palabras de Jesús:  “En sentido místico, en la piedra de moler se representan las vueltas y  trabajos de la vida del mundo, así como lo profundo del mar significa la  condenación más terrible. Por eso, quien después de haber sido llevado a  una profesión de santidad, destruye a los otros con la palabra o el  ejemplo, habría sido realmente mejor para él que sus actos le hubiesen  conducido a la muerte siendo seglar antes que haber sido elevado al  sagrado ministerio para perder a los demás con su ejemplo, puesto que  cayendo sólo, su pena en el infierno hubiera sido en verdad más  tolerable”.
Pero el Señor, que no se goza en la  pérdida de sus siervos y no quiere la muerte eterna de sus criaturas,  enseguida añade remedio a la condena, medicina a la enfermedad, alivio  al peligro de la eterna condenación. Las suyas son las palabras fuertes  del Cirujano Divino que corta para curar, amputa para sanar, poda para  que la vid produzca mucho fruto:
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