Las barreras las ponemos nosotros, las soluciones nos lo dá Nuestro Señor
Uno ve a un discapacitado y ve impotencia, solo se empatiza con una frustración que nos imaginamos, pero no vemos valentía, el coraje para amanecer otro día más con aquello que les hace distintos, y salir adelante.por gracia de Dios
Más discapacitados somos quienes con todas las extremidades y capacidades con las que se nos dotó, nos dejamos vencer por la más mínima brisa de sufrimiento
La autoconmiseración
Una manera ilegítima de sufrir es sintiendo lástima de uno mismo. Esta es una trampa en la cual muchos caemos en cuanto nos aflige un mal grande o pequeño. La reacción de nuestra naturaleza caida es sentir lástima de nosotros mismos, centrarnos en nuestros problemas, considerarlos mayores de lo que realmente son, y mantener una lista de todo lo que hemos sufrido desde que éramos niños. Bajo el peso de todo esto creemos que tenemos el derecho a sentir lástima de nosotros mismos. Lo triste de esta condición es que permitimos que nos aplasten los recuerdos trágicos, muchos de los cuales fueron exagerados por nuestra imaginación. Finalmente, nos convencemos a nosotros mismos de que nadie ha sufrido jamás semejantes tormentos, ni ha sido tratado tan injustamente.
La consecuencia de esta convicción nos priva de todas las fuerzas que Dios nos da para llevar cualquier cruz. El sentir lástima de uno mismo es un problema psicológico que podría llevar a la persona que ha caído en esa trampa, al derrumbe moral. Los buenos psicólogos están de acuerdo en que el egoísmo y la autoconmiseración están relacionados, y que la mejor cura es involucrarse con los demás; interesarse en sus sufrimientos y tratar de sanar sus heridas.
Sin embargo, los que se revuelcan en la lástima a sí mismos, a menudo son duros de corazón. Piensan que aquellos que están necesitados de compasión les ofenden porque solo ellos pueden hacer este reclamo. Quieren probarse a sí mismos y al mundo, que solo ellos conocen el sufrimiento, solo ellos están necesitados de compasión.
Sin embargo, el cristianismo nos invita a contemplar a Cristo en la cruz, muriendo por amor a nosotros. El hacerlo nos llevará a decir como el buen ladrón : "Estamos recibiendo lo que merecemos, pero este hombre no ha hecho nada malo."
Se sabe que si todo el mundo fuera pobre, la pobreza no sería considerada un mal tan terrible. La envidia puede inclusive afectar la salud de las personas porque es un sutil veneno que penetra el alma e inevitablemente afecta al cuerpo.
Como dijo el filósofo Dietrich Von Hildebrand, como seres humanos libres tenemos la capacidad para rechazar estos sufrimientos ilegítimos, a negarnos a tener esa actitud hacia los demás y a liberarnos de esas cadenas para impedir que produzcan su veneno.
5. El orgullo
Este es probablemente la mayor fuente del sufrimiento ilegítimo, y a menudo lleva a lo que tan acertadamente Kierkegaard llamó la deseperación desafiante. El orgullo es el pecado por excelencia, y desde la caída de nuestros primeros padres, es parte de nosotros mismos. No es nuestro propósito hablar sobre este vicio, sino mostrar que el orgullo, en todas sus formas, causa sufrimientos insoportables en el hombre orgulloso, e inclusive puede llevarle a la desesperación.
Me limitaré a sólo unos breves comentarios con respecto a lo difícil que es para un hombre orgulloso, decir "gracias" o "perdóname". Estas palabras están entre las más importantes en el vocabulario de los seres humanos. Sin embargo, el orgulloso las odia porque el dar las gracias implica el reconocer que estamos endeudados con otra persona.
Las personas orgullosas viven en un estado constante de tensión. Ellas, al igual que todos nosotros, a menudo necesitan la ayuda de otras personas. Sin embargo, es interesante el ver las maniobras que inventan para obtener ayuda, sin pasar por la humillación de pedirla.
El apóstol Pablo nos dice que seamos generosos en dar las gracias. El corazón orgulloso y malagradecido siempre está triste, porque hay un vínculo indisoluble entre la gratitud y la felicidad. Es más, la gratitud es la clave para obtener la felicidad.
El hombre orgulloso endiablado no sólo es incapaz de decir "gracias", sino que es aun más incapaz de decir "perdóname"; porque pedir perdón significa reconocer que hemos pecado contra Dios y ofendido a otros seres humanos. Por tanto, al decir "perdóname", reconocemos nuestro pecado y nuestra culpa. Esto para el hombre orgulloso es intolerable. No se puede negar que sufre lo increíble, y que lo que le está sucediendo es verdaderamente demoníaco. ¿ Pero por qué hay que soportar este aplastante sufrimiento, cuando es autoinfligido? Para poder cambiar, el orgulloso necesita la ayuda de Dios y es precisamente esa ayuda, la que se niega a pedir. De forma perversa prefiere las torturas del infierno, a pedir ayuda; y sufre un verdadero infierno, porque el infierno es el odio, la ingratitud y el resentimiento. No cabe duda de que muchas personas experimentan lo que es el infierno, mientras todavía se encuentran en este mundo.
De nuevo, el cristianismo nos ofrece la respuesta. Al contemplar a Dios hecho hombre, quien tomó la forma de un esclavo y abrazó nuestra humanidad para que nosotros podamos compartir su Divinidad, se sanan las heridas causadas por el orgullo y nos podemos regocijar en nuestra nada, para que El lo pueda ser todo para nosotros.
Los sufrimientos ilegítimos o innecesarios nos roban nuestras energías hasta tal punto, que ya no tenemos las fuerzas para llevar las verdaderas cruces que Dios nos envía para salvarnos. El nos enviará la gracia solamente para los sufrimientos reales y legítimos, si la pedimos. Es inútil esperar que Dios nos envíe una ayuda especial para soportar dolores que son causados por nosotros mismos.
Uno de los mayores misterios que encierra el cristianismo es el hecho de que una persona puede irradiar paz, esperanza y hasta gozo, a pesar de estar sufriendo intensamente. Podemos entender un poco de este misterio, cuando nos damos cuenta de que el cristianismo le ha dado un significado especial al sufriento, y ese mensaje es tan maravilloso, que nos da un testimonio de la Dividad que fundó el cristianismo. ¿Qué otra religión nos invita a adorar a Dios y a reconocer como Dios a un ser que se encarnó, vivió entre los hombres, fue condenado a muerte, sufrió dolores agonizantes y murió crucificado en el más terrible de todos los tormentos? El era verdaderamente el hombre de dolores, como dijo Isaías : "despreciado y rechazado por los hombres...familiarizado con el dolor." El Buda enseñó el arte de escapar del sufrimiento. Mahoma gozó de fama y de reconocimiento. Cristo nos ofrece la cruz; es a través de ella que nos hemos salvado, y debemos de abrazarla si queremos compartir la gloria de Cristo.
Humanamente, es imposible que nos atraiga una religión que predica el sufrimiento, la renuncia, la humildad y el morir a uno mismo. Sin embargo, la historia del cristianismo nos revela que millones de personas a través de todos los siglos, lo han abandonado todo para seguir a Cristo al calvario. Esto no es masoquismo sino un misterio; el misterio de amor, porque Dios es amor, y su amor es tan infinito, que Cristo escogió sufrir y morir para salvar de la condenación eterna a la humanidad pecadora.
A través del sufrimiento de Cristo, la aceptación del sufrimiento se ha convertido ahora en una victoriosa expresión de amor. San Pablo lo describe como un privilegio del cristiano pues dijo que no sólo nos ha sido dado el creer en Jesús, sino también el sufrir por El. En esta tierra el amor y el sufrimiento no se pueden separar. Sin embargo, no es el sufrimiento lo que busca el cristiano, sino la cercanía al crucificado. Veamos el por qué el amor y el sufrimiento están tan profundamente entrelazados en esta tierra.
El amor está unido al sufrimiento. El que comienza a amar, necesariamente comenzará a sufrir. A pesar de que amar y ser amado constituyen la mayor fuente de felicidad para los seres humanos, amar en esta tierra también significa preocuparse por el ser amado. En cuanto una persona comienza a amar se da cuenta de todos los peligros a los cuales a los cuales la persona amada está expuesta debido a la enfermedad, los accidentes y la muerte, por los cuales temblamos de preocupación porque esa persona es preciosa para nosotros. El amor sería una dulce pero pesada carga que fácilmente podría convertirse en insoportable, si el cristianismo no pudiera recurrir a Dios y confiarle la persona amada a Cristo, quien le ama infinitamente más; porque el amor humano, con todo lo profundo que es, es solo un pequeño eco del amor divino.
El deseo de compartir el sufrimiento de la persona amada
Aun más, es imposible amar a alguien y no querer compartir sus pruebas, sus tristezas y sus sufrimientos. Cuando uno ama le dice al amado: "De ahora en adelante tus alegrías serán las mías, tus tristezas serán las mías y tus dolores serán mis dolores." Lo que mejor ilustra esto es la presencia de la Santísima Virgen a los pies de la cruz. Todos los apóstoles excepto San Juan, quien volvió, habían huido. Sin embargo, la Santísima Virgen permaneció junto con las santas mujeres; y esto fue así porque amaba más que los apóstoles, pues cuando una mujer ama, no le teme a nada. Los teólogos y los que escriben sobre espiritualidad están de acuerdo en que la Santísima Virgen, aunque estaba al pie de la cruz, en realidad fue crucificada con Cristo. Cada golpe que El recibió, cada clavo que penetró en Su Santa piel lo sintió ella. Este es el motivo por el cual se le llama "Corredentora". Su amor la llevó a compartirlo todo con el cordero sacrificado, y puesto que compartió su pasión, ahora comparte de una manera única su gloria.
En esta tierra podemos hallar a Cristo en la cruz; por lo tanto, el cristiano abraza la cruz, no porque le atraen las torturas, sino porque su Redentor está ahí en la cruz, agonizando por nuestros pecados. Los que le aman quieren estar con El, donde quiera que sea, y por tanto gozozamente comparten su cruz. En la eternidad encontraremos a Cristo en su gloria, y entonces nos embargará el gozo eterno.
HOla, paso visitando su blog desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
ResponderEliminar